Tandoor Singh era el hombre que en su día había suministrado te a la Expedición. Un hombre llamado Ajah Singh era el que comerciaba con la fundación Penhew en Mombasa, y un indio les había intentado asesinar varias veces. Puede que todo fuera un sorprendente cúmulo de casualidades, pero no estaba de más ir precavidos.
Al anochecer se acercaron todos menos el padre Evans a visitar la tienda, pero un inofensivo atracador puso a prueba los nervios de Toni Leone, que disparó inecesariamente contra el suelo, provocando un gran revuelo y casi un linchamiento de los investigadores en el barrio árabe de Nairobi, que tuvieron que abandonar apresuradamente.
Pero no renunciaban a la idea de visitar la tienda de te, por lo que fueron al día siguiente.
Singh era, no cabía duda, el hombre del tren, aunque no parecía inmutarse. Les invitó a pasar a la trastienda para darles información, y la providencia quiso que el padre Evans esta vez sí fuera, pues pudo percibir en el brillo de los ojos del indio que era una emboscada.
Tandoor Singh era sorprendentemente rápido, pero no tanto como para evitar que Elizabeth Shawn le encañonara con su arma. Cuando eso pasó, se arrodilló y empezó a suplicar cobardemente por su vida, y cuando bajaron la guardia musitó unas palabras en su idioma y de pronto un fogonazo dejó ciegos a todos.
Todo sucedió muy deprisa, y sin ver, corriendo sin rumbo, se las apañaron para salir corriendo de la tienda y alertar a la policía, que al llegar arrestó a Tandoor Singh. También fue necesaria una ambulancia, pues Leone había quedado gravemente herido por las puñaladas del sectario.
Ahora más que nunca, tenían claro que debían visitar su tienda. Y así lo hicieron Elizabeth Shawn y Gazzo Montana, que eludiendo el precinto policial se metieron en la tienda, y descubrieron que bajo un tonel había una cueva, de la que emanaba un pútrido olor, pero no tuvieron más remedio que meterse para evitar ser sorprendidos por la policía.
Dentro vieron una pequeña cueva, excavada a mano, con un blasfemo altar y una horrible estatua. Y lo más inquietante, media docena de cadáveres enterrados, víctimas sin duda de los crueles asesinatos de Singh.
Encontraron también un cajón, que al forzarlo revelaba su contenido: una cuchilla de carnicero con símbolos grabados, unos conos de incienso, un manto y un libro en una lengua con unos caracteres extraños, que Claremont Evans identificó como hindúes.
Esperaron un rato antes de salir, y cuando abrieron la escotilla pudieron ver al agente de policía pero muerto en el suelo, y ante ellos, con un cuchillo ensangrentado en la mano Tandoor Singh, quien de alguna manera había conseguido escapar.
Elizabeth Shawn pudo cerrar los ojos a tiempo, antes de quedar cegada, pero Montana no tuvo tanta suerte. Todo parecía perdido, ya que el asesino era un hábil luchador, y luchaba en su terreno. Montana estaba ciego y desorientado y Elizabeth Shawn solo contaba con una Derringer.
Se encomendó a su suerte y sin pensar apuntó hacia Singh apretó el gatillo. El sonoro "bang" inundó la sala y Elizabeth cerró los ojos, sabiendo que había llegado su hora cuando una sustancia pegajosa y caliente salpicó su cara.
Era la sangre de Tandoor Singh, al que el disparo de la Derringer había perforado y atravesado el craneo, con un disparo en medio de la frente. Poético final para el hombre de la India.
Al anochecer se acercaron todos menos el padre Evans a visitar la tienda, pero un inofensivo atracador puso a prueba los nervios de Toni Leone, que disparó inecesariamente contra el suelo, provocando un gran revuelo y casi un linchamiento de los investigadores en el barrio árabe de Nairobi, que tuvieron que abandonar apresuradamente.
Pero no renunciaban a la idea de visitar la tienda de te, por lo que fueron al día siguiente.
Singh era, no cabía duda, el hombre del tren, aunque no parecía inmutarse. Les invitó a pasar a la trastienda para darles información, y la providencia quiso que el padre Evans esta vez sí fuera, pues pudo percibir en el brillo de los ojos del indio que era una emboscada.
Tandoor Singh era sorprendentemente rápido, pero no tanto como para evitar que Elizabeth Shawn le encañonara con su arma. Cuando eso pasó, se arrodilló y empezó a suplicar cobardemente por su vida, y cuando bajaron la guardia musitó unas palabras en su idioma y de pronto un fogonazo dejó ciegos a todos.
Todo sucedió muy deprisa, y sin ver, corriendo sin rumbo, se las apañaron para salir corriendo de la tienda y alertar a la policía, que al llegar arrestó a Tandoor Singh. También fue necesaria una ambulancia, pues Leone había quedado gravemente herido por las puñaladas del sectario.
Ahora más que nunca, tenían claro que debían visitar su tienda. Y así lo hicieron Elizabeth Shawn y Gazzo Montana, que eludiendo el precinto policial se metieron en la tienda, y descubrieron que bajo un tonel había una cueva, de la que emanaba un pútrido olor, pero no tuvieron más remedio que meterse para evitar ser sorprendidos por la policía.
Dentro vieron una pequeña cueva, excavada a mano, con un blasfemo altar y una horrible estatua. Y lo más inquietante, media docena de cadáveres enterrados, víctimas sin duda de los crueles asesinatos de Singh.
Encontraron también un cajón, que al forzarlo revelaba su contenido: una cuchilla de carnicero con símbolos grabados, unos conos de incienso, un manto y un libro en una lengua con unos caracteres extraños, que Claremont Evans identificó como hindúes.
Esperaron un rato antes de salir, y cuando abrieron la escotilla pudieron ver al agente de policía pero muerto en el suelo, y ante ellos, con un cuchillo ensangrentado en la mano Tandoor Singh, quien de alguna manera había conseguido escapar.
Elizabeth Shawn pudo cerrar los ojos a tiempo, antes de quedar cegada, pero Montana no tuvo tanta suerte. Todo parecía perdido, ya que el asesino era un hábil luchador, y luchaba en su terreno. Montana estaba ciego y desorientado y Elizabeth Shawn solo contaba con una Derringer.
Se encomendó a su suerte y sin pensar apuntó hacia Singh apretó el gatillo. El sonoro "bang" inundó la sala y Elizabeth cerró los ojos, sabiendo que había llegado su hora cuando una sustancia pegajosa y caliente salpicó su cara.
Era la sangre de Tandoor Singh, al que el disparo de la Derringer había perforado y atravesado el craneo, con un disparo en medio de la frente. Poético final para el hombre de la India.
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