La cacería

Con el corazón aún palpitando por lo que habían visto en aquella infame montaña, corrieron por entre la maleza, cuando el sonido de unos cuernos reveló una inquietante realidad: la Secta les estaba buscando. El clamor de sus perseguidores se hacía cada vez más ensordecedor, les estaban dando caza y luchar significaba sin duda la muerte. Optaron por esconderse.

Pero eso no sirvió, ya que unos sectarios a lomos de una horrible criatura avistó al padre Evans y cargó hacia él. Antes de que pudiera darse cuenta el padre ya estaba atrapado por las garras de la criatura, volando hacia la Montaña, para ser sin duda víctima de algún repugnante rito demoníaco.


Tarkin y Montana abrieron fuego contra ese ser, aunque su piel era dura como la roca, algo que también descubrió Evans, que intentaba sin éxito liebrarse a machetazos.

Claremons Evans no quería que su destino fuera servir a los oscuros propósitos de esos maníacos, por lo que prefirió, por pecaminoso que fuera, quitarse la vida. Y antes de que pudiera hacerlo, de entre la maleza un potente rayo alcanzó la criatura, que soltó a Evans, a gran velocidad contra los árboles.

Tarkin y Montana vieron al autor del disparo, un hombre occidental, vestido de explorador, armado con un extraño dispositivo y que se enfrentaba a varios sectarios enfurecidos. Acudieron en su ayuda y pronto pudieron dar cuenta de ellos, maravillados por el arma del extraño, capaz de lanzar potentes rayos contra sus enemigos. ¿Qué clase de extraña tecnología o brujería era esa?

Tras acabar el combate, el hombre guardó su arma, mesó su bigote y se presentó con un marcado acento australiano: Buenos días, caballeros, mi nombre es Collin McGuffin, y sospecho que tenemos un objetivo común.

¿Y el padre Evans? La providencia había querido que en su caída fuera con un frondoso árbol y llegara al suelo sin nada más que contusiones, aunque de quien no había ni rastro era de Elizabeth Shawn.

La Montaña del Viento Negro

Dejaron atrás la Tierra Maldita para ir a la no menos maldita Montaña del Viento Negro. Guiados por Sam Mariga, quien parecía rejuvenecer en contacto con la naturaleza, llegaron al pie de la montaña. Allí Montana vio que un par de despreciables esbirros montaban guardia en una cueva, por lo que decidieron acercarse sigilosamente.
Llegaron a la cueva y estaba vacía, a excepción de unos terribles montones de putrefactos cadáveres y malolientes huesos que impregnaban la cueva con su insoportable hedor. Entre la oscuridad pudieron distinguir un trono y tras él una aborrecible estatua de lo que parecía ser el dios de la lengua sangrienta.
Vieron también una jaula con unas 50 personas dentro, algunas ya muertas, y al liberarlas el padre Evans vio al despaarecido hermano Jeremías, un misionero al que habían dado por muerto. Pero Jeremías estaba en tan mal estado que apenas pudo darle la extrema unción y verlo morir entre sus brazos. el resto de cautivos salió corriendo sin mediar palabra, aunque algunos de ellos, sin poder superar los horrores que habían vivido, se lanzaron directamente al vacío.
Investigando vieron una cosa curiosa junto al trono, un cronómetro marino, en buena madera, donado por la Fundación Penhew y que marcaba exactamente 3 horas menos.

Pero eso no fue lo más sorprendente, ya que tras el trono una palanca revelaba un pasadizo de varios kilómetros y negro como la noche, con varios tramos en los que casi se encuentran con la muerte, hasta llegar a una misteriosa caverna.
La gargantuesca caverna tenía también cadáveres y postes sacrificiales. Tenía también 3 mortíferos pozos, uno con 13 serpientes venenosas. Otro con 169 enormes ratas rabiosas y un tercero con 666 hormigas carnívoras del tamaño de zanahorias. Obviamente caer a cualquiera de los fosos significaría la muerte. Pero lo más terrible estaba detrás. Postrada sobre un trono estaba lo que parecía haber sido alguna vez Hypatia Masters, con la mirada perdida y su vientre hinchado, ocupado por una obscena blasfemidad de ojos amarillentos. Hypatia respiraba, pero era claramente un cascarón, un inquilino para ese horror.


Hicieron lo más humano y abrieron fuego contra esa cosa. El Señor se apiadaría del alma de la señorita Masters.

Pero tan pronto dispararon contra la cosa, la propia montaña comenzó a vibrar, y optaron por salir corriendo, ya que las piedras comenzaban a derrumbarse. Salieron corriendo hasta llegar al aire libre, si bien Sam Mariga no tuvo tan buena suerte, y tuvieron que dejarle atrás cuando una pesada roca aplastó una de sus piernas.

La tierra corrompida.



De los bosques tropicales del planeta, el de Aberdare tiene una temperatura templada que le hace único en el mundo.
Aquí crecen cedros gigantes, árboles de alcanfor, higueras y olivos del África Oriental, que sólo ceden terreno al bambú de montaña al aumentar la altitud. El matorral es frecuentemente muy espeso por lo que es difícil avanzar si no es siguiendo senderos. A menudo las laderas de las montañas son frías y húmedas debido a la niebla, la humedad o la lluvia.

Hay que cruzar numerosos arroyos rápidos. Abundan antílopes de bosque, cerdos salvajes, duiqueros, alces africanos, leopardos y quebrantahuesos . En elevaciones menores puede encontrarse la mortífera mamba verde, una serpiente arbórea increíblemente rápida, así como cobras y víboras (la mamba negra, cuyo mordisco es invariablemente fatal, prefiere climas más secos).

A uno y otro lado se alzan montañas con la cima cubierta de nieve. El aire es limpio y transparente. Un paso ancho y en forma de silla de montar (el Paso Neri-Nanyuki)
separa el Monte Kenia de la cordillera de Aberdare: al descender por el lado Norte del paso los investigadores llegan a las Tierras Corrompidas.

Este lugar era originariamente una pradera de montaña de considerable belleza de aproximadamente un kilómetro de ancho. Ahora está ennegrecida, como si alguien hubiera chamuscado el bosque con un gigantesco hierro de marcar.

Todos los rastros de animales muestran que éstos evitan la zona y los investigadores tienen que abrirse paso a golpe de machete entre matorrales extrañamente deformados para llegar a las Tierras Corrompidas. Hasta el suelo parece crujir y nada crece en él. Un olor fétido impregna la zona, y se puede discernir que ninguna causa
natural puede provocar efectos como éstos.

Pero lógicamente, 6 años después, ninguna pista de la Expedición Carlyle.

Las máscaras de Sam Mariga



Cthulhu tiene pesadillas en las que sale Sam Mariga.

Una vez Sam Mariga se dejó el grifo abierto en el desierto de R´lyeh. Sí, entonces era un desierto.

Si un pj tiene que huir, llama a Nodens. Si Nodens tiene que huir, llama a Sam Mariga.

Hastur no se atreve a decir Sam Mariga.

Sam Mariga se bajó el Necronomicón del emule. En un .doc.

Nyarlathotep es uno de los 999 avatares de Sam Mariga.

Que no está muerto lo que yace eternamente, salvo que Sam Mariga le dé una hostia.

El bono al daño de Sam Maariga es "morís tú y toda tu familia".

Sam Mariga abrió una pescadería en Innsmouth.

Azatoth era el ser más inteligente del universo, hasta que leyó la mente de Sam Mariga.

Sam Mariga tuvo que visitar al urólogo porque tenía un parásito en la uretra. El parásito es más conocido como Shude Mell.

Los retoños de Shub-Niggurath son hijos bastardos de Sam Mariga.

Cuando Sam Mariga se aburre juega a reventar burbujitas de Yofg-Sothot.

Los shoggoths salen despavoridos y gritan Tekeli-li cuando ven a Sam Mariga.

Sam Mariga merienda perritos de Tíndalos.

Antes del tiempo y el espacio estaba Sam Mariga.

Los creadores del Arkham horror intentaron crear un aliado que fuera Sam Mariga. Desistieron cuando vieron que los monstruos empezaban a cerrar los portales desde el otro lado.


Sam Mariga llama a los Yithianos "raza inferior".

A Sam Mariga le gusta comer en los restaurantes chinos: pide ancas de profundo.

Cuando Sam Mariga se alojó en el hotel de Innsmouth, los sectarios atrancaron las puertas de sus habitaciones y escaparon por la ventana.

Sam Mariga ha alcanzado tiene 100 en todas las habilidades...

... en el Cthulhu d20.

Cuando un monstruo ve a Sam Mariga, el monstruo pierde cordura.

Cada vez que Sam Mariga se lee el Necronomicon, el Necronomicon pierde cordura pero gana puntos de "Mitos de Sam Mariga".

Camino a la montaña del viento negro

Aquel que no es lo que parece

Se pertrecharon, y con la guía de Sam Mariga tomaron rumbo al poblado de Ndovu. Las notas en casa de Tandoor Singh sugerían que el tiempo era un recurso escaso, por lo que optaron en un principio por las llanuras de Thika, más peligroso pero más rápido que la ruta de los bosques de Aberdare.

Maldijeron haber eslegido esa opción cuando media docena de sectarios bien armados les tendió una emboscada. Sin saber muy bien cómo, el brazo de Elizabeth Shawn y la pierna del Padre Evans ya estaban sangrando, y los sectarios, lejos de amilanarse por los disparos, seguían repartiendo furibundos machetazos al vehículo en el que los investigadores se habían atrincherado.

De pronto Claremont Evans recordó las palabras del viejo Bundari, y decidió abrir la jaula de Aquel. El pequeño camaleón, para sorpresa de todos los presentes, creció en instantes hasta adquirir el tamaño de un elefante, y en un espectáculo dantesco comenzó a engullir sectarios a lenguetazos, para después desaparecer, haciendo que Evans aún se preguntara si aquello había sido real o un sueño.

La situación era comprometida, y algunos de ellos mostraban feas heridas, pero el Dr. Tarkin demostró ser no solo un hábil médico sino un hombre de recursos, ya que el día anterior había comprado en el bazar un ungüento al que los nativos llamaban mágico, pero que realmente no era sino una especie de coagulante ultraeficaz de textura aceitosa, que se mostraba maravillosamente eficaz para los cortes.

Después de la experiencia, decidieron que tal vez era mejor por optar una ruta más larga pero segura, ya que en futuros ataques no contarían ya con la ayuda de Aquel.

Un par de días después llegaron al poblado de Ndovu, donde por mediación de Mariga pudieron recopilar los siguientes rumores:

En la zona han desaparecido en las últimas tres semanas más de una docena de hombres, mujeres y niños. No se ha emprendido búsqueda alguna puesto que se da por segura su muerte a manos de la Secta.
- El día anterior y a unas pocas horas del poblado se hallaron los cadáveres de dos elefantes recién muertos (“Ndovu” es la palabra en Swahili que quiere decir “elefante”). Los investigadores pueden, si lo desean, examinar los cadáveres desplazándose hasta allí. El espectáculo vale la pena puesto que no se conoce bestia alguna que pueda hacer pedazos a un elefante. Los cuerpos, a los que evitan tanto chacales como buitres, se han hinchado enormemente y de ellos sale una sustancia purulenta de color púrpura verdoso.
- El gran mago de Swara fue maldecido por M'Weru porque se atrevió a burlarse de sus poderes. Ahora se le ha caído el pelo, está ciego y balbucea como un niño. El poblado de Swara está a medio día de viaje en dirección al Monte Kenia aunque no hay nada de interés, salvo la ruina humana en que se ha convertido el antaño poderoso hechicero.

Investigaron lo del elefante, y efectivamente, lo que encontraron era descorazonador: restos tumefactos de elefante, pútridos pero sin insectos, destrozado por Dios sabe qué clase de criatura.

Pero la noche caía y era hora de descansar antes de partir.

El viejo Bundari


Kenyatta había mencionado a un hombre que podía dar muchas respuestas. Les dijo que a la salida esperaría un hombre al que deberían seguir, sin hacer preguntas. él les llevaría a una puerta amarilla que deberían cruzar.

Así lo hicieron, y el hombre les llevó a un desgastado Rolls Royce amarillo, que les llevó por la sabana hasta una diminuta aldea africana. Allí un hombre que se presentó como Okomu les escrutó con severidad, queriendo saber el por qué de su presencia.

Le hablaron de la Secta y la Hermandad, de los siniestros rituales, y de su encuentro con el Faraón Negro. Le mostraron también las fotos del trozo de sello que Nyti les había dado en El Wasta, cosa que cambió la expresión de Okomu, quien se volvió mucho más amable.

Les habló del infausto destino de la Expedición, de cómo seres de otro plano aparecieron para devorar a los porteadores y cómo los miembros desaparecidos fueron sin duda llevados a la Montaña del Viento Negro, llamada así por ser la guarida del infame dios de mismo nombre, grande como la montaña y cruel como la muerte. Ese Dios es al que adora la secta de la Lengua Sangrienta, en alusión al tentáculo rojizo que sale de su frente. La secta está goebrnada por la suma sacerdotisa M´Weru, mujer cuya belleza solo rivaliza con su maldad y su poder, y que perfectamente podría tratarse de la negra de Carlyle.

Les hizo pasar a la cabaña, pero les advirtió de que Bundari vivía entre dos realidades, y debían esperar pacientemente a que volviera. El interior de la cabaña era sorprendente, en forma de espiral, y con apariencia de ser más grande por dentro que por fuera. Y en el centro Bundari, un pequeño hombrecillo meditando.

Transcurrió una hora, dos, tres, cuatro... y 11 aburridas horas después Bundari despertó, y sin hacer ninguna pregunta se dirigió a los investigadores por sus nombres y les dijo en swahili:

"Vuestra misión es peligrosa y el tiempo escaso.
¿Preferís bellas palabras o la pura verdad? La Lengua Sangrienta se está volviendo arrogante. La gente de la región desaparece en la montaña, raptados por la secta y
destinados a un terrible sacrificio que tiene que realizarse. Los líderes de las tribus han sido corrompidos.
Muchos de nosotros debemos rezar continuamente a Ngai, el señor del Kere-Nyaga (el monte Kenia) para detener este mal."
Si vosotros, buscadores, tenéis coraje podréis conseguir muchas cosas. Pero debéis apresuraros. Okomu puede ayudaros a preparar vuestro viaje pero no puede daros lo que yo: he aquí algunos objetos que os ayudarán."

Ofreció un matamoscas ornamentado, símbolo de la lucha contra el mal, y les dijo que tenía dos usos, uno es encontrar el mal, y otro es enfrentarse a él.

Su otro regalo era una caja que contenía un extraño animal (un camaleón), al que presentó como Aquel-que-no-es-lo-que-parece. “Éste es mi amigo, Aquél Que No Es Lo Que Parece. Podéis llamarle Aquél para abreviar. Llevadle con vosotros y alimentadle bien cada día con moscas. Sólo os servirá una vez y no contra la magia. Sólo tenéis que abrir la caja y dejarle suelto.”

Dicho lo cual, volvió a entrar en trance. Okomu pidió a los investigadores que le dejaran el trozo del sello, pues era parte del Ojo de la Luz y la Oscuridad que podría confinar al Dios del Viento Negro, y les recomendó como guía a Sam Mariga, pues éste era de su entera confianza.

Cthaat Aquadingen

"Y entonces se abrirá la
puerta, cuando el sol esté tapado.
Así el Pequeño Reptador
despertará a los que viven
más allá y les traerá. El
mar los tragará para escupirlos
después y el leopardo comerá
carne humana en Rudraprayag
en primavera. "

(Extracto. Traducido del hindi)

La tienda de te

Tandoor Singh era el hombre que en su día había suministrado te a la Expedición. Un hombre llamado Ajah Singh era el que comerciaba con la fundación Penhew en Mombasa, y un indio les había intentado asesinar varias veces. Puede que todo fuera un sorprendente cúmulo de casualidades, pero no estaba de más ir precavidos.

Al anochecer se acercaron todos menos el padre Evans a visitar la tienda, pero un inofensivo atracador puso a prueba los nervios de Toni Leone, que disparó inecesariamente contra el suelo, provocando un gran revuelo y casi un linchamiento de los investigadores en el barrio árabe de Nairobi, que tuvieron que abandonar apresuradamente.

Pero no renunciaban a la idea de visitar la tienda de te, por lo que fueron al día siguiente.

Singh era, no cabía duda, el hombre del tren, aunque no parecía inmutarse. Les invitó a pasar a la trastienda para darles información, y la providencia quiso que el padre Evans esta vez sí fuera, pues pudo percibir en el brillo de los ojos del indio que era una emboscada.

Tandoor Singh era sorprendentemente rápido, pero no tanto como para evitar que Elizabeth Shawn le encañonara con su arma. Cuando eso pasó, se arrodilló y empezó a suplicar cobardemente por su vida, y cuando bajaron la guardia musitó unas palabras en su idioma y de pronto un fogonazo dejó ciegos a todos.

Todo sucedió muy deprisa, y sin ver, corriendo sin rumbo, se las apañaron para salir corriendo de la tienda y alertar a la policía, que al llegar arrestó a Tandoor Singh. También fue necesaria una ambulancia, pues Leone había quedado gravemente herido por las puñaladas del sectario.

Ahora más que nunca, tenían claro que debían visitar su tienda. Y así lo hicieron Elizabeth Shawn y Gazzo Montana, que eludiendo el precinto policial se metieron en la tienda, y descubrieron que bajo un tonel había una cueva, de la que emanaba un pútrido olor, pero no tuvieron más remedio que meterse para evitar ser sorprendidos por la policía.

Dentro vieron una pequeña cueva, excavada a mano, con un blasfemo altar y una horrible estatua. Y lo más inquietante, media docena de cadáveres enterrados, víctimas sin duda de los crueles asesinatos de Singh.

Encontraron también un cajón, que al forzarlo revelaba su contenido: una cuchilla de carnicero con símbolos grabados, unos conos de incienso, un manto y un libro en una lengua con unos caracteres extraños, que Claremont Evans identificó como hindúes.

Esperaron un rato antes de salir, y cuando abrieron la escotilla pudieron ver al agente de policía pero muerto en el suelo, y ante ellos, con un cuchillo ensangrentado en la mano Tandoor Singh, quien de alguna manera había conseguido escapar.

Elizabeth Shawn pudo cerrar los ojos a tiempo, antes de quedar cegada, pero Montana no tuvo tanta suerte. Todo parecía perdido, ya que el asesino era un hábil luchador, y luchaba en su terreno. Montana estaba ciego y desorientado y Elizabeth Shawn solo contaba con una Derringer.

Se encomendó a su suerte y sin pensar apuntó hacia Singh apretó el gatillo. El sonoro "bang" inundó la sala y Elizabeth cerró los ojos, sabiendo que había llegado su hora cuando una sustancia pegajosa y caliente salpicó su cara.

Era la sangre de Tandoor Singh, al que el disparo de la Derringer había perforado y atravesado el craneo, con un disparo en medio de la frente. Poético final para el hombre de la India.

Preparando la expedición


Sabían que tendrían que adentrarse en el corazón de África, y además el hombre que podía procurarles era el mismo que había abastecido a la Expedición Carlyle, por lo que fueron a visitar a Neville Jermyn.

En su acomodada casa les atendió amablemente, y compartió con ellos, cuando vio que eran ciudadanos de bien, sus sospechas. Estaba plenamente convencido de que la masacre había sido cosa de alguna secta, y llegó a utilizar el nombre de la Lengua Sangrienta, aunque les advirtio de que no era muy prudente decir ese nombre en alto en según qué entornos.

Ofreció su ayuda en cuanto fuera posible, y les dijo que se pasaran esa misma tarde, y les tendría preparado un presupuesto de gastos.

Visitaron también, por recomendación de Sam Mariga, a Johnstone Kenyatta, un conocido activista pronegro de Nairobi. Les sorprendió ver que Kenyatta era un hombre carismático y excepcionalmente culto y educado. Escuchó con antención el relato que le contaron, y admitió que le era difícil creerse ciertos extremos, pero que recordaba la conversación con Jackson Elias, pero que a diferencia de él, que estaba de alguna forma condenado, presentía que los investigadores aún tenían mucho camino por recorrer.

“Esas antiguas costumbres son crueles y mi conocimiento de ellas bastante imperfecto.
Hace más de veinte años que abandoné mi hogar donde había oído tales historias a mi abuelo que era un gran murogi, o adivinador. He tratado de dejar atrás ese mundo para entrar en el vuestro y no deja de ser irónico que mientras yo intento acercarme
a vuestra herencia cultural vosotros os acerquéis a la mía"

“No consigo comprender gran parte de lo que me explicáis, e incluso hay partes que encuentro difíciles de creer pero percibo algo sobre vuestro grupo; quizá tenga yo trazas del poder de mi abuelo. Si queréis, puedo indicaros dónde hallar a un hombre que quizá os pueda ayudar; no le hablé de él a Jackson Elias porque me pareció que ya estaba condenado y no podía cargar a mi amigo con semejante peso. Sin embargo, vuestros destinos no están acabados; aún os quedan grandes victorias por conseguir o quizá fracasos terribles por experimentar.”

Les emplazó a reunirse con él a la mañana siguiente.

Pero aún quedaba un cabo por atar en Nairobi. Una visita a la tienda de Te.

Una confesión y un encuentro.

-Montana -dijo Toni Leone- es hora de que sepas la verdad. Creo que a estas alturas no es ningún secreto que no soy un detective. Pero te equivocas al pensar que soy un mie miembro de la Cosa Nostra, o de la Camorra. Lo cierto es que trabajo para el Servicio Secreto de Italia, y creo que has demostrado ser un miembro capaz para la causa.

Tras escuchar esa revelación, Gazzo Montana bajó al hall del hotel, y allí un inesperado encuentro tuvo lugar. Pues allí estaba su viejo amigo, el doctor Christopher Vane Tarkin, un exmédico de campaña inglés, con quien tuvo ocasión de trabar amistad en la Gran Guerra, y que se hallaba en Nairobi por sorprendentes motivos: Tarkin era pariente lejano de Roger Carlyle, y también estaba investigando el infausto destino de la expedición.

Pronto se pusieron al día, y compartieron información, pese al lógico escepticismo del doctor cuando empezaron a hablarle de sectas y rituales. Pero en todo caso, acababan de ganar un nuevo aliado para la causa.

Tenían abiertas tres líneas de investigación: Neville Jermyn, quien podría suministrarles material y porteadores para una eventual excursión a Aberdare; Johnstone Kenyatta, quien presumiblemente podría arrojar mucha luz a su investigación y el vendedor de té Tandoor Singh, quien sospechaban que bien podría ser el inquietante indio del tren.

Sam Mariga



Jackson Elias hacía mención en sus notas a Sam Mariga, el jardinero que había alertado a las autoridades sobre la aparición de los cadáveres de la expedición, por lo que no había ningún motivo que desaconsejara visitarle.

Mariga, orgulloso nacionalista keniano, recibió con exquisita hospitalidad a los desconfiados investigadores, en su humilde casa (que pese a su humildad contaba probablemente con el jardín más bonito de todo Nairobi) y atendió amablemente a todas sus preguntas.

Confirmó lo que ya habían oído, que se topó fortuitamente con el escenario de la masacre, y que corrió a alertar a las autoridades. Dijo no saber nada de la expedición, nada al menos que no fuera de público conocimiento, pero se ofreció amablemente a ayudar en cuanto fuera posible.

Aconsejó también una entrevista con el señor Johnstone Kenyatta, y cuando las preguntas comenzaron a apuntar hacia la Secta, él respondió que "el señor Kenyatta podrá responderles a eso".

Los fusileros



Un doble motivo llevaba al cuartel general de los Fusileros de África. Por una parte, Starret les había recomendado que se hicieran con armas, pues las iban a necesitar en la sabana y probablemente pudieran hacerse con algún excedente. Por otro lado, era preciso hablar con Selkirk, quien fuera responsable de la recuperación de los cadáveres de la Expedición.

Antes de contar lo primero es preciso contar la agradable e inesperada sorpresa que se llevó Gazzo Montana al volver a su hotel, donde se encontró con un abultado sobre que llevaba su nombre, en cuyo interior había una carta de la embajada italiana en Nairobi y una buena cantidad de dinero. ¿qué había estado tramando Leone? En todo caso, la necesidad podía más que su curiosidad, por lo que guardó cuidadosamente el dinero, pues tanto vaivén de viajes había dejado su economía bastante maltrecha.

Con ese dinero, no fue difícil sobornar a uno de los soldados para que le vendiera algún arma, y de paso les dejara pasar con el oficial al cargo del cuartel, el capitán Montgomery, quien les notificó que Selkirk había fallecido dos años atrás en un desafortunado incendio, y que de los soldados que participaron en la búsqueda de los cuerpos solo quedaba allí el sargento Bumption, quien compartió su relato de lo que recordaba:

“Era horrible, señor. No he visto nunca nada parecido. Cadáveres por todas partes, mejor dicho, trozos de cadáveres: una cabeza por aquí y un brazo por allá, hechos trizas, como si fueran de papel de periódico. Ustedes perdonarán la expresión pero algo cogió a esa pobre gente y la hizo picadillo. Uno hubiera esperado que los buitres y los chacales hubieran rematado la faena y para cuando llegáramos no hubieran dejado más que los huesos, pero los nativos nos dijeron que los animales tenían miedo y no se atrevían a acercarse al lugar.
Supongo que hasta los animales pueden tener repugnancia. En fin, que no querría ver nunca más nada parecido.”

Según Bumption, no hay duda alguna de que Carlyle, Sir Aubrey, etc. estaban presentes e indudablemente muertos. Incluso afirmó haber visto la cabeza seccionada
de Hypatia Masters y concluyó que la responsable de las muertes fue sin duda alguna secta misteriosa.

Loyal Defender



El Loyal Defender era uno de los tugurios de copas de Nairobi, en el que supuestamente podrían encontrar a Bertram "Nails" Nelson, un mercenario que supuestamente había visto a Jack Brady vivo después de la matanza.

Llegaron al bar, y estaba vacío, a excepción de un solitairo cliente, al que el camarero señaló como Nelson. Por alguna extraña razón, Montana desconfiaba del camarero, ya que dijo haber estado trabajando en el Cairo, y anteriormente en Londres. Demasiada casualidad.

Mientras tanto Evans se entrevistaba, previa invitación a bebida, con Nelson, quien corroboraba lo anotado por Jackson Elias, y afirmaba sin ningún género de duda que había visto a Jack Brass Brady en Hong Kong en 1923, en el Bar del Lirio Amarillo, de la Calle Wan Shing, en la zona de bares de la Pasarela. Y lo cierto es que su relato parecía realmente consistente. Describió a Brady como un tipo esquivo, tirando a paranoide, y poco dado a dar información sobre sí mismo.

Pero otra complicación se añadía a la lista cuando nada más abandonar Montana y Evans el bar, este empezaba a arder. Está claro que tanto incendio no podía ser fruto de la casualidad.