Dejaron atrás la Tierra Maldita para ir a la no menos maldita Montaña del Viento Negro. Guiados por Sam Mariga, quien parecía rejuvenecer en contacto con la naturaleza, llegaron al pie de la montaña. Allí Montana vio que un par de despreciables esbirros montaban guardia en una cueva, por lo que decidieron acercarse sigilosamente.
Llegaron a la cueva y estaba vacía, a excepción de unos terribles montones de putrefactos cadáveres y malolientes huesos que impregnaban la cueva con su insoportable hedor. Entre la oscuridad pudieron distinguir un trono y tras él una aborrecible estatua de lo que parecía ser el dios de la lengua sangrienta.
Vieron también una jaula con unas 50 personas dentro, algunas ya muertas, y al liberarlas el padre Evans vio al despaarecido hermano Jeremías, un misionero al que habían dado por muerto. Pero Jeremías estaba en tan mal estado que apenas pudo darle la extrema unción y verlo morir entre sus brazos. el resto de cautivos salió corriendo sin mediar palabra, aunque algunos de ellos, sin poder superar los horrores que habían vivido, se lanzaron directamente al vacío.
Investigando vieron una cosa curiosa junto al trono, un cronómetro marino, en buena madera, donado por la Fundación Penhew y que marcaba exactamente 3 horas menos.
Pero eso no fue lo más sorprendente, ya que tras el trono una palanca revelaba un pasadizo de varios kilómetros y negro como la noche, con varios tramos en los que casi se encuentran con la muerte, hasta llegar a una misteriosa caverna.
La gargantuesca caverna tenía también cadáveres y postes sacrificiales. Tenía también 3 mortíferos pozos, uno con 13 serpientes venenosas. Otro con 169 enormes ratas rabiosas y un tercero con 666 hormigas carnívoras del tamaño de zanahorias. Obviamente caer a cualquiera de los fosos significaría la muerte. Pero lo más terrible estaba detrás. Postrada sobre un trono estaba lo que parecía haber sido alguna vez Hypatia Masters, con la mirada perdida y su vientre hinchado, ocupado por una obscena blasfemidad de ojos amarillentos. Hypatia respiraba, pero era claramente un cascarón, un inquilino para ese horror.
Hicieron lo más humano y abrieron fuego contra esa cosa. El Señor se apiadaría del alma de la señorita Masters.
Pero tan pronto dispararon contra la cosa, la propia montaña comenzó a vibrar, y optaron por salir corriendo, ya que las piedras comenzaban a derrumbarse. Salieron corriendo hasta llegar al aire libre, si bien Sam Mariga no tuvo tan buena suerte, y tuvieron que dejarle atrás cuando una pesada roca aplastó una de sus piernas.
Llegaron a la cueva y estaba vacía, a excepción de unos terribles montones de putrefactos cadáveres y malolientes huesos que impregnaban la cueva con su insoportable hedor. Entre la oscuridad pudieron distinguir un trono y tras él una aborrecible estatua de lo que parecía ser el dios de la lengua sangrienta.
Vieron también una jaula con unas 50 personas dentro, algunas ya muertas, y al liberarlas el padre Evans vio al despaarecido hermano Jeremías, un misionero al que habían dado por muerto. Pero Jeremías estaba en tan mal estado que apenas pudo darle la extrema unción y verlo morir entre sus brazos. el resto de cautivos salió corriendo sin mediar palabra, aunque algunos de ellos, sin poder superar los horrores que habían vivido, se lanzaron directamente al vacío.
Investigando vieron una cosa curiosa junto al trono, un cronómetro marino, en buena madera, donado por la Fundación Penhew y que marcaba exactamente 3 horas menos.
Pero eso no fue lo más sorprendente, ya que tras el trono una palanca revelaba un pasadizo de varios kilómetros y negro como la noche, con varios tramos en los que casi se encuentran con la muerte, hasta llegar a una misteriosa caverna.
La gargantuesca caverna tenía también cadáveres y postes sacrificiales. Tenía también 3 mortíferos pozos, uno con 13 serpientes venenosas. Otro con 169 enormes ratas rabiosas y un tercero con 666 hormigas carnívoras del tamaño de zanahorias. Obviamente caer a cualquiera de los fosos significaría la muerte. Pero lo más terrible estaba detrás. Postrada sobre un trono estaba lo que parecía haber sido alguna vez Hypatia Masters, con la mirada perdida y su vientre hinchado, ocupado por una obscena blasfemidad de ojos amarillentos. Hypatia respiraba, pero era claramente un cascarón, un inquilino para ese horror.
Hicieron lo más humano y abrieron fuego contra esa cosa. El Señor se apiadaría del alma de la señorita Masters.
Pero tan pronto dispararon contra la cosa, la propia montaña comenzó a vibrar, y optaron por salir corriendo, ya que las piedras comenzaban a derrumbarse. Salieron corriendo hasta llegar al aire libre, si bien Sam Mariga no tuvo tan buena suerte, y tuvieron que dejarle atrás cuando una pesada roca aplastó una de sus piernas.
Sólo por curiosidad, ¿cuántos PJ han palmado ya?
ResponderEliminarNinguno, soy un blando.
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