Con el corazón aún palpitando por lo que habían visto en aquella infame montaña, corrieron por entre la maleza, cuando el sonido de unos cuernos reveló una inquietante realidad: la Secta les estaba buscando. El clamor de sus perseguidores se hacía cada vez más ensordecedor, les estaban dando caza y luchar significaba sin duda la muerte. Optaron por esconderse.
Pero eso no sirvió, ya que unos sectarios a lomos de una horrible criatura avistó al padre Evans y cargó hacia él. Antes de que pudiera darse cuenta el padre ya estaba atrapado por las garras de la criatura, volando hacia la Montaña, para ser sin duda víctima de algún repugnante rito demoníaco.
Pero eso no sirvió, ya que unos sectarios a lomos de una horrible criatura avistó al padre Evans y cargó hacia él. Antes de que pudiera darse cuenta el padre ya estaba atrapado por las garras de la criatura, volando hacia la Montaña, para ser sin duda víctima de algún repugnante rito demoníaco.
Tarkin y Montana abrieron fuego contra ese ser, aunque su piel era dura como la roca, algo que también descubrió Evans, que intentaba sin éxito liebrarse a machetazos.
Claremons Evans no quería que su destino fuera servir a los oscuros propósitos de esos maníacos, por lo que prefirió, por pecaminoso que fuera, quitarse la vida. Y antes de que pudiera hacerlo, de entre la maleza un potente rayo alcanzó la criatura, que soltó a Evans, a gran velocidad contra los árboles.
Tarkin y Montana vieron al autor del disparo, un hombre occidental, vestido de explorador, armado con un extraño dispositivo y que se enfrentaba a varios sectarios enfurecidos. Acudieron en su ayuda y pronto pudieron dar cuenta de ellos, maravillados por el arma del extraño, capaz de lanzar potentes rayos contra sus enemigos. ¿Qué clase de extraña tecnología o brujería era esa?
Tras acabar el combate, el hombre guardó su arma, mesó su bigote y se presentó con un marcado acento australiano: Buenos días, caballeros, mi nombre es Collin McGuffin, y sospecho que tenemos un objetivo común.
¿Y el padre Evans? La providencia había querido que en su caída fuera con un frondoso árbol y llegara al suelo sin nada más que contusiones, aunque de quien no había ni rastro era de Elizabeth Shawn.
Tras acabar el combate, el hombre guardó su arma, mesó su bigote y se presentó con un marcado acento australiano: Buenos días, caballeros, mi nombre es Collin McGuffin, y sospecho que tenemos un objetivo común.
¿Y el padre Evans? La providencia había querido que en su caída fuera con un frondoso árbol y llegara al suelo sin nada más que contusiones, aunque de quien no había ni rastro era de Elizabeth Shawn.