Warren Besart


La muerte de Winfield había alertado a las autoridades locales, que al día siguiente llenaron el perímetro de la excavación de policías, por lo que volver ahí parecía poco probable a corto plazo (se había decretado un toque de queda de 3 días) y había que indagar por otras vías.

Faraz Najir les había hablado de un tal Warren Besart, que era quien le facilitaba su mercancía a Carlyle, y les había dado su dirección, por lo que fueron a hablar con el señor Besart. O mejor dicho, con los despojos de Warren Besart.

Estaba vivo, al menos en términos médicos, pero permanecía acurrucado en una maloliente trastienda, hedionda de hachís, donde pasaba las horas fumando sin consuelo, con el pelo raído, la barba mal cuidada, las ropas deshilachadas y los ojos desencajados. Cuando se le preguntó por la expedición Carlyle no quiso responder, pero por suerte Montana llevaba algo de hachís con el que sobornarle, de mejor calidad que el que tenía Besart (poco más que hachís del malo mezclado con excrementos de conejo) y comenzó a hablar, aunque no de forma muy conexa:

LA DECLARACIÓN DE WARREN BESART

Un abogado contrató a Besart como agente de compras de Carlyle, que le fue presentado como un multimillonario americano. Siguiendo instrucciones enviadas por escrito por Carlyle, Besart adquirió ciertos artefactos a Faraz Najir, sacándolos ilegalmente de Egipto para enviarlos a Sir Aubrey Penhew en Londres. Él sabía que los artefactos eran antiguos pero ignoraba su poder o su significado.

Cuando la Expedición Carlyle llegó a Egipto, Besart se encargó de conseguir el equipo y los permisos necesarios. Su objetivo principal estaba en Dhashur, a unos 34 Km de El Cairo, Nilo arriba, en la zona de la Pirámide Torcida.

Un día, ya en Dhashur, Jack Brady fue a ver a Besart y le dijo que Carlyle, Hypatia Masters, Sir Aubrey y el doctor Huston habían entrado en la Pirámide Torcida y habían desaparecido. Brady estaba muy excitado y sospechaba algo raro porque los trabajadores habían huido del lugar, quedando los trabajos interrumpidos.

“A la mañana siguiente volvieron a aparecer Carlyle y los demás. Estaban muy excitados a causa de algún hallazgo de tremenda importancia, pero no hicieron ningún comentario ni pusieron nada por escrito porque Sir Aubrey era muy estricto con el secreto de las excavaciones. Todos ellos parecían haber cambiado de alguna forma inexplicable, y no a mejor, por lo que no me atreví a hacer más preguntas.”

“Esa noche, una anciana egipcia vino a verme y me dijo que su hijo, que era uno de los trabajadores que huyeron, lo había hecho porque Carlyle y los demás habían entablado relación con un ser antiguo y maléfico, el Mensajero del Viento Negro. Dijo poder reconocer que las almas de todos los europeos excepto yo mismo y Jack Brady estaban perdidas pero que si quería pruebas fuera a la Pirámide Derruida en Meidum la noche antes de la luna nueva. Y yo... ¡Dios me ayude! ¡Yo fui!”

“Me llevé uno de los camiones, aparentando que iba a El Cairo de juerga pero en cambio me dirigí a Meidum, que está a 35 Km al Sur y me escondí donde ella me dijo. Allí, a medianoche, pude ver a Carlyle y a los otros entregándose a obscenos rituales junto a un centenar de otros desequilibrados. El desierto pareció cobrar vida, arrastrándose y ondulando hacia las ruinas de la pirámide.”

“Horrorizado, ¡pude ver como las propias piedras se convertían en un ser esquelético de ojos saltones! Extrañas criaturas empezaron a salir de la arena y a coger por el cuello a los bailarines, desgarrándoselo, hasta que sólo quedaron en pie los europeos y otro celebrante, revestido de un manto.”

“Algo más surgió de la arena, del tamaño de un elefante pero con cinco cabezas peludas. De repente, me di cuenta de lo que era, ¡pero no podía dar crédito a mis ojos! Lo vi alzarse y de un solo bocado devorar a la vez los cuerpos destrozados y a sus horrendos asesinos, con lo que sólo quedaron vivas cinco personas entre el hedor de la arena cubierta de sangre.”

“Me desmayé. Al recuperarme empecé a vagar por el desierto, donde me aguardaban nuevos horrores. Tras ascender tropezando por una loma poco antes del amanecer vi más allá ¡centenares de esfinges negras alineadas ordenadamente, esperando la hora de la locura en que se alzarán para devorar el mundo! Me volví a desmayar y esta vez abandoné el mundo durante varios meses.”

“Un hombre me encontró y durante dos años él y su madre me cuidaron hasta que pude volver a El Cairo. ¡Pero entonces empecé a soñar! Ahora sólo el hachís o el opio (si encuentro) pueden ayudarme. Ahora vuelvo a estar bajo de reservas y mi vida es intolerable sin la droga. Caballeros, ¿querrán ustedes ayudarme? Sólo las drogas fuertes me mantienen apartado de la locura. ¡Todo está perdido señores, todo está perdido! No hay esperanza para ninguno de nosotros. Ellos aguardan por todas partes. ¿Nadie quiere probar un poco?

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