De diosas y gatos



La excavación Clive dejaba un camino por el que ir, y ése era el holandés Janwillem Vanheuvelen, arqueólogo expulsado de la citada excavación, y al que tras buscar un poco encontraron, en su casa, rodeado de basura, botellas vacías y muchos gatos.

Explicó, dentro de lo que su embriaguez le permitía, que tras su expulsión de la excavación, y a instancias de Martin Winfield, se había metido en un templo de Bastet para robar unos pergaminos, "Ritos fúnebres de Luveh-Keraph", cuyos originales no pudo mostrar, pero del que sí les dijo que estaba preparando una traducción al holandés.

Dado que no sabían holandés, les tradujo más o menos lo que ponía, y tras toda una tarde Montana y Shawn llegaron a la misma conclusión. Esos pergaminos contenían algún tipo de conjuro para convovcar y dominar al "verde guardián del Nilo".

Se acercaron a la ribera del Nilo, aunque rodeados por gatos en todo momento, y allí efectuaron el ritual. No tardó en aparecer un cocodrilo, que miraba con ojos sumisos a Montana y Shawn, e incluso obedecía órdenes sencillas, y tal vez habría sido una buena idea haberse alejado del reptil antes de deshacer el conjuro, pues casi les devora cuando vuelve a su ser, y solo su lentitud en tierra permitió a los investigadores correr hacia el coche a tiempo.

Pero no era el cocodrilo lo que casi acaba con su vida, pues un gato apareció en medio del volante, provocando un choque contra un muro, que fracturó una costilla de Gazzo Montana.

El acoso de los felinos empezaba a ser inquietante, y ambos llegaron a la misma conclusión, que fue corroborada por Kaffour: de alguna forma habían ofendido a Bastet, y había que hacer algo al respecto, así que se fueron al templo del que Vanheuvelen había robado los pergaminos y allí fueron recibidos por una bella mujer que decía llamarse Neris. Les confirmó lo que sospechaban, que el holandés había robado algo que le pertenecía, y que si querían ganarse el favor de Bastet, deberían recuperarlo.

Temerosos de lo que los felinos pudieran hacerles, se apresuraron sin contemplaciones al tugurio de Vanheuvelen, y un par de golpes bastaron para que confesara el paradero de los pergaminos. Poco después, éstos volvían a su sitio, y en agradecimiento Neris les obsequiaba con sendas figuritas de su diosa.

Tal vez las iban a necesitar pronto.

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