La Casa del Ju-Ju

Silas N´Kwane

La Secta de la Lengua Sangrienta se mostraba cada vez más peligrosa, pero era evidente que aquella tienda de Harlem ocultaba algo que podría arojar algo de luz sobre la muerte de Jackson Elias, con lo que ni cortos ni perezosos, los investigadores se armaron de valor (y alguna que otra arma de fuego) y tomaron la determinación de abrirse paso hacia el pasadizo que se ocultaba en el túnel.

Dieron buena cuenta de los falsos borrachos que custodiaban el patio, y astutamente lograron librarse de la emboscada del anciano N´Kwane, vaciando una Thompson contra la puerta tras la que se escondía, pudiendo así hacerse con la llave.

La puerta al final del pasillo mostraba una siniestra sala, ataviada con aparejos tribales, tambores y postes sacrificiales, y una misteriosa tapa de piedra, enganchada a una polea. Pero lo que más llamó su atención fue una cortina, con una desagradable sorpresa en su interior. 

Majini!

Unos "hombres" se abalanzaron sobre Leone. Andaban lentamente y parecían cadáveres. Eran cadáveres, y olían como tales. Pero se movían, lentos pero peligrosos y estaban armados con machetes, y antes de que pudiera sobreponerse al shock, ya estaban acuchillando el cuerpo de Leone, y se acercaban contra Montana, que no dejaba de disparar.

Lo siguiente que recordaba Montana era su Thompson humeante, y trozos de muertos vivientes adornando su camisa y las paredes de la estancia. Acudió a ver el estado de Tony Leone, y estaba herido pero milagrosamente vivo. Era hora de sacar todo lo que había en aquella sala y marcharse rápidamente de allí.

Y quiso la suerte que el médico que atendió a Leone, John Seward, era un viejo amigo de Ann Crowe, que se comprometió a atender al herido sin hacer preguntas y sin dar parte a la policía, y, ¿quién sabe si podría ser un potencial aliado en esta odisea?

Una vez en el hotel, consultaron su "botín"; un manto compuesto por un largo penacho de plumas de vivos colores,  de dos juegos de garras de tigre a modo de guantes, un bol de cobre bruñido, un cetro grabado con runas africanas y una cinta metálica para la cabeza. Pero lo que más llamó su atención fue una máscara de madera y el libro "Sectas oscuras de África", robado de Harvard, que Elias había estado buscando, y que Montana hojeó con repugnancia al ver cómo ahí se describían ritos para alzar muertos como los que casi acaban con su vida.

En cuanto a la máscara de madera, quiso el azar que la señorita Shawn se la probara. Nadie sabe lo que vio, solo ella. Pero sus compañeros no olvidarán el terror que segundos más tarde mostraban sus ojos, cuando la máscara se le cayó de la cara.

Cavendish tomó la determinación de embalar todos esos objetos y enviarlos a un lugar seguro en Londres, lugar al que se dirigirían ellos también, pues Nueva York había dejado de ser un lugar seguro.

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