Todo indicaba que un ritual de grandes proporciones iba a realizarse, y la gran acumulación de miembros de la Hermandad alrededor de la Gran Pirámide así lo indicaba. Era tal la acumulación de gente, que no fue difícil disfrazarnos de sectarios y pasar desapercibidos entre la multitud.
La congregación gritaba excitada, y de la estela aparecieron los que parecían ser los líderes de la Hermandad; Henry Clive, un hombre que debía de tratarse de Omar Shakti y... ¡Edward Gavigan!
Los sectarios comenzaron a entrar por los túneles bajo la pirámide, pero por suerte el complejo de túneles bajo la misma era laberíntico y fue fácil despegarnos del grupo principal. Rodeamos lo que parecía una sala principal, por unos túneles húmedos y claustrofóbicos, impregnados de una obscena maldad, y al cruzar un recodo nos encontramos con una desagradable sorpresa:
¡Unas bestias de cuerpo humano y cabeza animal emboscaron a los investigadores! Afortunadamente los chicos ibans bien equipados para la ocasión, y pudimos dar buena cuenta de ellos para llegar por una portezuela trasera a la sala donde se estaba realizando la ceremonia.
La gran cámara era una estancia enorme, de 120x150 metros, y unos 30 de alto. Era mejor no conocer el propósito de tan colosales dimensiones...
El ritual iba a celebrarse, y la Hermandad planeaba traer a la vida de nuevo a la malvada reina Nitocris. Los millares de sectarios cantaban enfervorecidos mientras la medium, Agatha Broadmoor, trataba de entrar en conexión con el más allá para convocar a Nitocris y Gavigan, Clive y Shakti sonreían con satisfacción.
A veces la fina frontera que separa la audacia de la estupidez es la misma que separa la gloria del fracaso, y como una sola pieza abrimos fuego en el mismo momento en que Broadmoor terminaba su cántico, matando en el acto a Broadmoor y a Gavigan, para disgusto y desconcierto de los otros sacerdotes presentes.
Aún no me explico cómo pudimos salir de ahí, pues era obvio que nos sobrepasaban en fuerza y número, como una jauría de lobos contra un cordero herido, pero tan inesperada fue nuestra acción, que aprovechando la confusión y el dédalo de túneles de la pirámide, pudimos salir vivos de ahí. Gracias también a que los miles de sectarios enfurecidos estaban en la gran sala, varios metros por debajo de nosotros.
Cuando finalmente respiré aire del exterior, fue el sabor más delicioso que haya probado jamás, pues pensé que nunca volvería a probarlo.
El cómo salimos de Egipto, para acabar en Kenia, es una historia que contaré otro día.
-Memorias de Elizabeth Shawn
La congregación gritaba excitada, y de la estela aparecieron los que parecían ser los líderes de la Hermandad; Henry Clive, un hombre que debía de tratarse de Omar Shakti y... ¡Edward Gavigan!
Los sectarios comenzaron a entrar por los túneles bajo la pirámide, pero por suerte el complejo de túneles bajo la misma era laberíntico y fue fácil despegarnos del grupo principal. Rodeamos lo que parecía una sala principal, por unos túneles húmedos y claustrofóbicos, impregnados de una obscena maldad, y al cruzar un recodo nos encontramos con una desagradable sorpresa:
¡Unas bestias de cuerpo humano y cabeza animal emboscaron a los investigadores! Afortunadamente los chicos ibans bien equipados para la ocasión, y pudimos dar buena cuenta de ellos para llegar por una portezuela trasera a la sala donde se estaba realizando la ceremonia.
La gran cámara era una estancia enorme, de 120x150 metros, y unos 30 de alto. Era mejor no conocer el propósito de tan colosales dimensiones...
El ritual iba a celebrarse, y la Hermandad planeaba traer a la vida de nuevo a la malvada reina Nitocris. Los millares de sectarios cantaban enfervorecidos mientras la medium, Agatha Broadmoor, trataba de entrar en conexión con el más allá para convocar a Nitocris y Gavigan, Clive y Shakti sonreían con satisfacción.
A veces la fina frontera que separa la audacia de la estupidez es la misma que separa la gloria del fracaso, y como una sola pieza abrimos fuego en el mismo momento en que Broadmoor terminaba su cántico, matando en el acto a Broadmoor y a Gavigan, para disgusto y desconcierto de los otros sacerdotes presentes.
Aún no me explico cómo pudimos salir de ahí, pues era obvio que nos sobrepasaban en fuerza y número, como una jauría de lobos contra un cordero herido, pero tan inesperada fue nuestra acción, que aprovechando la confusión y el dédalo de túneles de la pirámide, pudimos salir vivos de ahí. Gracias también a que los miles de sectarios enfurecidos estaban en la gran sala, varios metros por debajo de nosotros.
Cuando finalmente respiré aire del exterior, fue el sabor más delicioso que haya probado jamás, pues pensé que nunca volvería a probarlo.
El cómo salimos de Egipto, para acabar en Kenia, es una historia que contaré otro día.
-Memorias de Elizabeth Shawn
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