La que fuera originariamente una pequeña y poco significativa ciudad de la provincia de Kiangsu, fue abierta a la ocupación y el comercio por los británicos como parte de los despojos del Tratado de Nanking (1842), que puso un humillante punto final a las guerras del opio. Los representantes ingleses y americanos tomaron posesión de ciertas zonas adyacentes a la ciudad china; esas zonas extraterritoriales, dentro de las cuales no regían las leyes de China, se denominaron primero concesiones y más tarde Asentamiento Internacional. La concesión francesa, directamente entre la británica y la antigua ciudad china nunca fue incorporada. Después Japón también recibió una pequeña extensión de terreno en Shangai. Los ciudadanos de los países miembros del Tratado de Nanking no podían ser juzgados según las leyes chinas estuvieran o no dentro de la concesión. Posteriormente se concedieron concesiones adicionales, pero las zonas americana, británica y francesa, que se encontraban adyacentes, formaron el corazón industrial y comercial de la gigantesca ciudad que se empezaba a formar.
El control y la población desgraciadamente no significaban lo mismo. En 1923, de los 1.600.000 habitantes de Shangai poco más de 20.000 no eran chinos, y la mayoría de ellos eran japoneses (El Cairo, en comparación, tenía 850.000 habitantes, el 10% de los cuales eran extranjeros). En Shangai los jefes podían ser europeos, japoneses o americanos pero todos los demás (tenderos, taxistas, obreros, maestros, abogados, etc.) eran chinos.
La presencia occidental aumentaba gracias a la presencia de un cierto número de europeos y americanos no registrados, transeúntes en su mayor parte. El estatus, la seguridad y las ventajas para el comercio atraían también a la concesión a un cierto número de chinos adinerados, muchos de los cuales eran conversos recientes al cristianismo.
Los extranjeros incluso de ingresos moderados podían permitirse opulentas posesiones. Millones de chinos trabajaban casi por nada y el coste de lo que producían era poco más que el coste de las materias primas más el beneficio del propietario. Muchos extranjeros decidieron quedarse a vivir en China aunque podían haber vuelto a casa tranquilamente; en Shangai y en general en toda Asia los extranjeros de menor fuste vivían bien, y los adinerados como reyes.
La pobreza en aumento, la falta de oportunidades y la desidia del gobierno de la dinastía Ching reforzaron la tradicionalmente fuerte estructura familiar, así como las asociaciones privadas. Dichas asociaciones servían a sus miembros como clubs, compañías de seguros, fondos de pensiones, aliados políticos y más. Lo que ahora proporciona el gobierno lo proporcionaban las asociaciones. En algunos casos representaban la ley en sí mismas pudiendo ser un gremio de ladrones en un siglo, una poderosa facción política en el siguiente y un gobierno revolucionario al tercero. Los tongs chinos eran una de esas asociaciones. En 1926, y como quiera que la autoridad del gobierno central había prácticamente desaparecido, existían innumerables caudillos regionales y locales, que por lo general se esforzaban tan sólo por mantener su poder a través de la fuerza militar. En Shangai en 1920 había más de un centenar de grupos, facciones y movimientos poderosos con pretensiones de poder, y no estaba claro qué grupo emergería vencedor.
El control y la población desgraciadamente no significaban lo mismo. En 1923, de los 1.600.000 habitantes de Shangai poco más de 20.000 no eran chinos, y la mayoría de ellos eran japoneses (El Cairo, en comparación, tenía 850.000 habitantes, el 10% de los cuales eran extranjeros). En Shangai los jefes podían ser europeos, japoneses o americanos pero todos los demás (tenderos, taxistas, obreros, maestros, abogados, etc.) eran chinos.
La presencia occidental aumentaba gracias a la presencia de un cierto número de europeos y americanos no registrados, transeúntes en su mayor parte. El estatus, la seguridad y las ventajas para el comercio atraían también a la concesión a un cierto número de chinos adinerados, muchos de los cuales eran conversos recientes al cristianismo.
Los extranjeros incluso de ingresos moderados podían permitirse opulentas posesiones. Millones de chinos trabajaban casi por nada y el coste de lo que producían era poco más que el coste de las materias primas más el beneficio del propietario. Muchos extranjeros decidieron quedarse a vivir en China aunque podían haber vuelto a casa tranquilamente; en Shangai y en general en toda Asia los extranjeros de menor fuste vivían bien, y los adinerados como reyes.
La pobreza en aumento, la falta de oportunidades y la desidia del gobierno de la dinastía Ching reforzaron la tradicionalmente fuerte estructura familiar, así como las asociaciones privadas. Dichas asociaciones servían a sus miembros como clubs, compañías de seguros, fondos de pensiones, aliados políticos y más. Lo que ahora proporciona el gobierno lo proporcionaban las asociaciones. En algunos casos representaban la ley en sí mismas pudiendo ser un gremio de ladrones en un siglo, una poderosa facción política en el siguiente y un gobierno revolucionario al tercero. Los tongs chinos eran una de esas asociaciones. En 1926, y como quiera que la autoridad del gobierno central había prácticamente desaparecido, existían innumerables caudillos regionales y locales, que por lo general se esforzaban tan sólo por mantener su poder a través de la fuerza militar. En Shangai en 1920 había más de un centenar de grupos, facciones y movimientos poderosos con pretensiones de poder, y no estaba claro qué grupo emergería vencedor.
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